Herejes
es la más reciente novela del escritor cubano Leonardo Padura
(Mantilla, 1955) publicada por Tusquet Editores. No digo novelista,
porque Padura es de esos que también saben bien llevar el oficio del
periodismo. La crónica, el artículo, el reportaje y el ensayo
alcanzan en él una consistencia sólida como en sus novelas, razón
por la cual me satisface llamarlo escritor a secas, pues es hombre
que se mueve con una corrección admirable en todas las dimensiones
de la prosa.
Suyo
leí por vez Fiebre
de caballos, novela
de agradable lectura y de la cual no recuerdo casi nada, pero ello no
significa demérito para la obra, sino para mi cabeza. Suele pasarme
con frecuencia que olvide lo leído. Por eso un amigo, viendo en mí
un síntoma de Alzheimer literario -cuidado y no de Alzheimer
verdadero- debiera exclamar un “¡pobrecito!” que hasta me hizo
condolerme de mí.
De
Fiebres
de caballos,
con muchos años de por medio, pasé a El
hombre que amaba a los perros,
novela que me mantuvo en vilo mientras Ramón Mercader o Jacques
Monard hacía de las suyas, o se preparaba para hacer de las suyas -
que también eran las de Stalin y su política de quitar de enfrente
a todo lo que significara un estorbo para él-. La historia de aquel
hombre preparado para matar por convicción política era casi
desconocida en Cuba, pero de ella supe gracias a un excelente
profesor de Historia de la Universidad de La Habana. Sus clases
despertaron mi interés por el personaje que devino protagonista de
aquella novela cuya repercusión consolidó a Padura, permitiéndole
un apabullante y merecido renombre, que en parte debe a la curiosidad
generada por el tema.
Con
Herejes
– libro de 516 páginas - el habanero vuelve a decidirse por otro
tópico de interés global desarrollado a través de personajes que
ansían la libertad individual en contextos desfavorables debido al
dogma de la religión, la política y la familia como reflejo de una
sociedad constreñida por poderes y convenciones. Padura escogió a
los judíos y su diáspora, o lo que es lo mismo se concentró en el
anatema de una etnia o cultura, esa que añorando su estado natural,
geográfico y espiritual tantas veces arrebatado suele pasar de
víctima a victimario con una facilidad que espanta.
Antes
de Herejes
conocí de un escritor israelí capaz de explicarme el dilema de ese
pueblo. La lectura de Una
historia de Amor y oscuridad (2003),
de Amos Oz, me permitió también establecer ciertas analogías.
Pensé que los cubanos algo teníamos en común a los judíos, algo
agudizado en los últimos años, pero que se remonta a los orígenes,
al momento de formación del carácter nacional, tiempos en que
nuestros ancestros razonaban su estado y condición como colonia del
imperio español.
De
alguna manera, Herejes
conduce a un razonamiento similar. Es un libro donde las tesis se
despliegan mediante historias que alternan en tiempo y espacio para
conferirle una mayor intensidad a la lectura. Uno debe saltar sin
equipaje de La Habana a Miami Beach, de 1939 a 2008, de 2008 a 1643,
de Nueva Jerusalén a La Habana, pues la novela está dividida en
secciones: 1) Libro de Daniel, 2) Libro de Elías, 3) Libro de Judit
y 4) Génesis. Sin contar los agradecimientos, que también importan
para entender el proceso de construcción seguido por Padura.
La
Habana que veremos será la de Daniel Kaminsky, el sobrino del judío
Joseph -conocido en el barrio de Luyano, y debido a ese exceso de
confianza del cubano, como Pepe Cartera- un muchacho establecido en
estas tierras donde, por la camisa de fuerza de la religión,
aprendió a vivir con dos caras: “El rostro utilizado en la casa y
en todo lo relacionado con el tío resultaba una caricatura dibujada
con los rasgos imprescindibles para satisfacer (o al menos no
irritar) a Pepe Cartera. En cambio, la faz que empezó a desarrollar
en las calles de La Habana era pragmática, mundana, esencialmente
callejera y cubana”
Pero
La Habana en Herejes
es también la de Mario Conde, un personaje ya tan popular como su
autor y con el cual tengo una deuda que he de saldar en cuanto me
encuentre los libros donde campea por lo lindo. No he leído aquella
saga que lo volviera famoso y que después de este choque, aunque
haya sido ya en la edad adulta de Conde, estoy en la obligación de
conocer un poco mejor. Porque si en El
hombre que amaba a los perros
la historia cubana con la cual Padura alternó la de Mercader y
Trotski me parecía floja y hasta poco atractiva, con Herejes
me ocurre todo lo contrario, sobre todo porque es gracias a Conde que
Padura pone a un lado los escrúpulos de un investigador para dejarse
llevar por la literatura, recuperando la fuerza de la historia que a
veces logra volverse monótona.
En
Herejes
encuentro un exceso de datos y fechas con los cuales el autor quiso
conferirle credibilidad mayor a lo narrado y que sin embargo a mí me
hacen perder el interés y me dejan deseoso de la historia ocurrida
en la Cuba actual, quizá porque con ella me identifico más, o tal
vez porque en verdad todos los personajes y ambientes me parecen
mejor logrados y hasta llegan a conmoverme como no sucede en otras.
Considero excelente momentos como aquel donde Elías Kamiski,
descendiente de Daniel, y quien contrata a Conde para descubrir el
misterio en torno a un cuadro pintado por Rembrandt y vinculado a su
historia familiar, conoce a sus parientes habaneros. Pudiera ser este
uno de los momentos más conmovedores de la novela, porque en él se
dice mucho de la esencia del cubano sin caer en frías
conceptualizaciones: “¿Joseph Kamisky era Pipo Pepe? ¿Daniel
Kamisky, primo Daniel? ¿Kamiskys cubanos, blancos, negros, mulatos
orgullosos de aquel apellido estrafalario que los había sacado de la
mierda? Elías Kamisky había sido atacado otra vez por sorpresa y
por la espalda. Perdió la voz, y las lágrimas le corrieron mejillas
abajo, indetenibles. Había venido buscando una verdad y, en
recompensa, le llovían descubrimientos capaces de aflojarle los
grifos de los lagrimales.”
Mario
Conde y el universo que lo rodea -Tamara, la novia a punto de ser
esposa de papeles, los amigos y la oleada de nuevos personajes a los
que recurre el autor para resolver lo que es este nuevo caso - me
parecen de una excelencia impecable, aun cuando por momentos también
se peque en abundancia de datos y detalles, específicamente cuando
el ex policía sigue la pista de Judi, la adolescente emo
desaparecida para permitirle a Padura adentrarse en un mundo nuevo
para su generación: el de las tribus urbanas, esas nuevas juventudes
que no ansían otra cosa que la perseguida libertad. A través de
ellos Padura analiza la sociedad en que vive y le lanza al lector los
miedos y frustraciones de una generación.
Parece
ser una de las más persistentes preocupaciones del Premio Nacional
de Literatura 2012esta que nos trae en Herejes
y que ya había tratado en El
hombre que amaba a los perros
y aún antes, en La
novela de mi vida,
libros los tres sustentados en la investigación, tornándoles por
ello más vulnerables. La libertad del individuo, las fuerzas que le
constriñen a una sociedad, especialmente en una como la cubana donde
el creador navega contra fuertes corrientes y no siempre se le llega
a comprender, son temas favoritos de Leonardo Padura. No por gusto ha
escogido entre los tres exergos para abrir la lectura de esta su más
reciente novela una cita del húngaro Arnod Hauser: “Hay artistas
que solo se sienten seguros cuando gozan de libertad, pero hay otros
que solo pueden respirar libremente cuando se sienten seguros”. Es
el dilema al que se enfrentan muchos y al que Padura, tanto por su
obra como por su vida, no deja de proferir.
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